Ramiro Alarcón Flor
Érase una vez un mendigo que desprotegido, sin familia y sin empleo empezó su profesión de errante por las calles de una ciudad latinoamericana. Se alimentaba de lo poco que podía adquirir en su trabajo de limosnero ambulante. Dormía en los portales de las iglesias teniendo como techo al cielo y como almohada algún ladrillo solitario que Dios generosamente le hacía llegar a través de la vida.
En medio del frío y del tedio de una vida indigna, fue visitado una vez más por la Providencia, en esta ocasión disfrazada de un buen hombre, quien al verlo se compadeció de él y le dijo: “No debería llevar una vida tan miserable, yo soy músico, le voy a ayudar. Le obsequio este violín, es muy bueno, yo tengo varios. Tóquelo en la calle, así podrá juntar unos centavos y vivir más dignamente.
El hombre sonrió y agradeció lanzándose a los pies del músico, prometiendo que, gracias al violín, él mejoraría su vida. No obstante, luego de que se quedó solo, cayó en la cuenta de que sabía de violín lo mismo que usted y yo sabemos de chino. Casi nada. Con todo, y con buen ánimo, al día siguiente eligió cuidadosamente una esquina del centro histórico de la ciudad para ejecutar alguna melodía con el violín. Al escucharlo, la gente se cambiaba de acera, y más de una vez tuvo que escuchar la frase: “tome, tome, pero por favor vaya a tocar a otra parte”.
En fin, nuestro amigo no tuvo mayor éxito, y cuando se disponía a claudicar de su nueva empresa musical, Dios lo volvió a visitar a través de un músico. “Yo sé tocar el violín le dijo, déjeme y le enseño”. El músico tomó el violín y lo primero que hizo fue afinarlo, al cabo de un rato comenzó a ejecutar las cuatro estaciones de Antonio Vivaldi. En dos minutos una multitud de más de cincuenta personas se congregaron en círculo a oír al artista. Que hermosa música decía alguno. Es un maestro decía aquel. Ese violín es una joya agregaba el siguiente…
Al ver tal multitud nuestro mendigo empezó a aplaudir y a gritar
-Es mi violín, es mi violín, yo soy el dueño”.
Sí, -le decían los transeúntes- pero ya no lo está tocando usted, lo está tocando las manos de un maestro, por eso su melodía es tan bella”
El violín es bueno, eso no se discute, el problema es quien lo toca. Si lo toca el maestro la melodía es hermosa, si lo toca un neófito mejor no escuchar.
Tú eres ese violín.
¿Qué manos te están tocando?
¿La mediocridad, la pereza o la agresividad? ¿El ego desbordado por alcanzar fama, dinero y poder? ¿El alcohol… la droga?
Deja que te toque el amor, deja que sea Jesús quien desde ahora y para siempre comience a sacar las melodías más bellas que jamás imaginaste podías tener guardadas dentro de ti. Permite que el Maestro haga de ti una obra de arte.
¡Animo violín, serás feliz!